Nos vamos, atacados por pequeños monstruos que conocen el futuro, predicen el próximo minuto, succionan los ánimos de hablar.
Se miran entre ellos a los ojos,
deciden y disponen tu destino.
Exponen de tu carne por que el
lenguaje, la comunicación verbal y literaria que conocíamos ya es obsoleta.
Caras con formas, paréntesis,
puntos y signos de numeral son los nuevos jeroglíficos del 2018, o a cómo va
esto no se si del siguiente mes, o la próxima semana va a reformularse todo,
para que nos leamos nada más las caras, sin distinguir ningún tipo de sonido
vocal.
No es que angustie el día de
mañana o el hecho de estar, y encontrarte extraviado en medio de un océano de
ojos tiernos que se transmiten mensajes inentendibles para este ser.
Necesito bajar un poco el volumen,
necesito hablar un poco más lento, me voy a quedar masterizando los sonidos en
esta consola clásica de los años ochenta.
La voy a tratar con cariño un
poco obsesivo, de ese en el que te obligas a desconectar la fuente de poder después
de darle uso al equipo, enrollas el cable metódicamente, ceremonioso te tomas
el tiempo para guardarlo en el mismo estuche que se compró tres décadas atrás,
gastado y con un par de señas que le dejaron incidentes de los cuales todavía te
acuerdas y te lamentas, pero te sirven ahora para distinguir tu estuche del de
unos cuantos otros compañeros que al igual que vos compraron ya varios años atrás,
se dedican a producir igual que vos, y cuando trabajan juntos se forma un
equipo hermético, una combinación de juguetes y operadores irrepetible.
Entonces terminan un producto, y
se ven a los ojos entre todos con una complacencia profunda, ahí cerca del
cuarto chakra, entre risas también se comunican como balbuceando a carcajadas
en voz alta palabras incompletas y sonidos.
El proceso es prácticamente el
mismo en comparación con el de hoy, pero el tiempo cambio el ritmo, no son las
mismas revolución, y los equipos armados ya no sienten la misma satisfacción o
es más efímero y menos entendible para nosotros, del punto de vista matemático
para nosotros es como resolver ecuaciones en una calculadora.
Por como pienso, no sé si pertenezco
más a ellos o a nosotros, porque pienso que me acuesto en una caja y cierro la
puerta, a veces creo que acelero los procesos, pero a veces siento ese deleite de
nuevo, la satisfacción de completar un
proyecto y disfrutar todo el trayecto sin que importe tanto el final, y esa
dualidad me tiene vomitando estas letras hoy.
Llegamos a esa edad,
Y estamos aquí sentados varios de
esos que vimos las orillas de las calles en Reparto San Juan, Los Robles, Ciudad
Jardín, El Paraisito, Rafaela Herrera, Bello Horizonte y por supuesto Colonia Centroamérica,
vimos estas calles más limpias de vehículos, nos vimos a nosotros sentados en
los bordillos, en las cunetas y aceras acostados en el piso de estos que
llamaron parques y que ahora son centros de entretenimiento a punto de reventar
y desangrarse de miles de esos ojos nuevos.
Acelero y desacelero, esta ambigüedad
cada vez un poco menos intensa, y dejo que la velocidad la decida mi ser, así
respiro a mi ritmo y veo con más calma lo que me rodea, para después callarme
de nuevo, hasta la próxima crisis.
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