Fin de semana por la noche, es sábado
y son las nueve con veintisiete minutos, en la calle hay un niño sentado en la
acera frente a la casa donde estaba terminando de cenar, es el distrito cuatro
de esta ciudad a medias, y el centro de esta metrópolis en vías de desarrollo.
Nueve con cuarenta y dos minutos,
se detiene suave un Nissan SENTRA modelo 88, menos de la mitad de la vida y me
levanto a deambular con amigos sanos de vicios.
Ya en un costado de la ciudad se
baja una llanta del carro, salen del vehículo tres jóvenes de 20 años, 17 y 22 años,
estamos en el triángulo de la gasolinera ESSO Carretera Sur.
En ese entonces conocía la bebida
pero no era alcohólico, fumaba cigarros unas dos o tres veces al día, sano a medias
como varios de mi edad.
En esos años solamente con Coca-Cola
y tortillitas para mí todavía era más que suficiente para disfrutar una noche,
llegar de madrugada, únicamente el desvelo era nuestra droga y no hacía falta más,
entonces uno se sentía bien por hacer un supuesto mal.
Sale
el sol al día siguiente y ya sabemos que es lo que viene, pero decimos que valió
la pena y dejamos de evidencia estas letras.
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